20 de marzo de 2007

¿Sexo? ¿Qué Sexo?


Buenas, ¿es usted heterosexual, monógamo y bastante reprimidillo, aunque no le guste oírlo? Enhorabuena, entonces su proceso de adaptación al rebaño ha concluido con éxito. Vamos a hablar de una de las cosas que más felices nos hace a cualquier ser humano que no ha escogido la asexualidad como opción y de forma consciente.

Huelga mencionar aquí a micronesios varios, samoanos e inditos que se lo pasan teta sin tener que pasar por caja y dar cuentas a nadie porque son los menos y no vienen más que a confirmar la regla.

Pues bien, veamos: Se supone que una se ha educado en un país pseudo laico donde las libertades al respecto parecen haberse ido cayendo o siendo olvidadas por el camino. Y es que nos puede el más vale malo conocido que bueno por conocer. Esto ha llegado a un punto tal en nuestra cultura que una paja no es lo mismo si en el fondo (aunque no seamos conscientes) pensamos que es algo sucio, asqueroso y terrible. No solo no es lo mismo, si no mucho mejor.

Hemos llegado a disfrutar más desde la prohibición, la provocación, lo malo, lo abyecto y el manido pecado que desde el placer mismo. En el caso de las mujeres y a lo largo de la historia su condena al ostracismo sexual se podría elevar a la categoría de obra de arte con un grado de sofisticación represora que alcanza el paroxismo. Fue y es desde esta anulación y enmudecimiento erógeno femenino que el sexo se convierte en moneda de cambio de status sociales, de aceptación y aprobación por parte del género masculino, como premio o trofeo y lo que es peor, como castigo, violencia o forma de dominación, ya sea para uno propio o hacia los demás.

Lo peor de todo es que esto sigue así, en serio, en el día a día, aquí y ahora no ha cambiado mucho que digamos, sigue siendo un tema tabú. El sexo es humo de Hisopo. Nadie habla con la misma naturalidad de su "Audi", del partido del domingo, o el viaje a la Riviera Maya como de sexo si no es para poner la polla encima de la mesa. Claro que, quizás, sí las cosas cambiaran, nos quedaríamos con menos de un cuarto de toda la producción artística mundial en general ya sea desde la apología o desde la denuncia y mucha gente que busca provocar se quedaría sin tarea. Qué aburrido.

Se imaginan:

- Ha llamado Amalia, que se retrasa porque se encontró un amigo y se están comiendo el culo

o

- ¿Y los abuelos? Están en la habitación con el vecino.

o

- Toma, límpiate que tienes el bigote lleno de flujo, y vamos que llegamos tarde a la reunión.



Industria y realidad parecen ir cada una por su lado, mientras se usa el sexo hasta para vender comida de bebé, y no hay ya casi nadie, incluidos "miembros" Vaticanos y Legionarios de Cristo que no tenga un fondo documental de porno de lo más variado, aquí señores, señoras, la peña, en general, sigue sin follar (entiéndase por esto lo que se quiera)

Me contaba en su día un pariente familiarizado con la educación sexual cómo las señoras se las arreglaban ellas solas para darse alegrías y como se encargaban de llenarle la copa al marido por las noches para que no se les echara encima.

El sexo está ahí, el placer, la curiosidad. El género, la orientación sexual, que no es si no una elección intelectual que suele imponer la moral y la educación y que no da la naturaleza como creen algunos y algunas, lo que es bueno, lo que es malo y otro tipo de cosas, esas nos las cuelgan y bien colgadas, vaya que sí. Y si te desvías, taca, palo o amortización en forma de soportes gráficos a la venta. Claro, hubo quien oyó el dulce sonido de la caja registradora y a por ello. Por eso no me creo yo mucho eso del liberalismo de cartón piedra. Triunfan por KO claro está, los coños depilados , la niña inocente y el pollón corporación nazi-dermoestética, que no deja de ser una especie de "COSMOPOLITAN" para mozos y digo mozos de colegio salesiano.

Qué revolución sexual ni qué ocho cuartos, se plantea una. A los mismos que nos pone una foto o una peli o lo que sea, somos los mismos que no queremos oír ni hablar de imaginarnos a nuestro padres o abuelos follando. Por ello, lo único que se me ocurre es plantearme, tratar de imaginarme, el viaje que puede hacer el deseo, los vericuetos de un recorrido con apeaderos y paradas en la culpa, en lo prohibido desde fuera, para llegar al fin knockeados a la estación del éxtasis.

Sólo hay que parase a observar los grados de parafilias de lo más variaditas ( por qué no, algunas muy divertidas) pero ya en plan chungo obsesiones, frustración, traumas, psicopatías, y los quebraderos de cabeza que todo esto provoca, que una cosa es que no se estén y otra bien distinta es que no se quieran ver, les invito a abrir cualquier periódico o a pasearse por las urgencias de cualquier hospital y pedir el libro de anécdotas, desde escobillas de water hasta recuerdos de Zamora, bolas de petanca en los franceses, pasando por pastores alemanes, en la variedad está el gusto. En fin, que todo es respetable cuando se hace lo que se puede.

El sexo está en la mente de todos, nos hace felices, relaja, después de practicarlo no hay ganas de riñas ni de discusiones, te hace sentir bien, (¿Por qué no se promociona desde instituciones, me pregunto?) Pero eso de revolución sexual, sin una transgresión seria y con esos loops mentales o morales que realizamos la gente cuando buscamos placer y que pasan por la culpa, la compraventa, el sexismo y la inhibición, es una expresión, que, tristemente, se nos queda un poco grande que, suena un poco lejana, un sexo que se circunscribe solo a gente joven y con cuerpos danone, es como a empezar la casa por el tejado.

Por todo ello cabe preguntarse: Sexo, ¿Qué sexo?


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