Los Jazmines

La explosión primaveral ha llegado. Después de las lluvias y con este sol sorpresivo e inclemente, la poca naturaleza que nos rodea aquí en la Bute aux Cailles nos regala ventanas abiertas, chillidos infantiles constantes y excitados, olores, polen, bichitos, brisas, pelusas, puestas de sol, cielos azules y árboles dispuestos a ponerse todavía más y más frondosos con el paso de las estaciones y los años, si es que algún alcalde desaprensivo no los corta (ya saben, al parecer los árboles centenarios se trasplantan o se plantan otros sin ningún problema). Obviemos los coches, cada vez más y peor.

Pero hay algo de todo esto que realmente tiene a una encandilada. Un jazmín, un arbusto de jazmín en el muro de una calle cercana. En casa, el Sr. Clementi y la que suscribe tenemos una gardenia que ha florecido solo dos veces en dos años, pero este jazmín le da mil vueltas todas las gardenias del mundo. Su olor se percibe a muchos metros de distancia dependiendo del viento. Cuando la nariz percibe el olor, en ese momento desaparece cualquier pensamiento prosaico de la cabeza (unos cuántos ¿¿vd. no??) Es embriagador, inmoviliza igual que después de un beso apasionado, y no puedo evitar quedarme extasiada a su lado como una niña que no se quiere ir. Me imagino que el o la que lo plantó ahí no se percató de las consecuencias que esa florcita blanca tiene en algunas personas. Desde aquí, muchas gracias a ese o esa irresponsable.