27 de febrero de 2007

Moteros tranquilos y toros salvajes


Mírenlos que majos, qué tiernos. Aquí los tienen, la generación que resucitó la fábrica de sueños en los setenta junto con otros tantos directores y productores, seducidos por la ciencia ficción, por explotar la veta Italo-americana o por el triste descubrimiento del cine comercial a secas (o si no de qué Tiburón), estos señores que aquí ven vieron (en nebulosa) sus vidas trenzadas más de una vez.

Pues eso. No se fíen, detrás de esas sonrisas hay alguna que otra bronca y algún que otro trapo sucio que parecen haber sido superados, parecen. Les cuento: hace unas décadas George


pedía ayuda a sus colegas (normal), Steven



se quedaba en casa sin salir y con la amante de Francis (también normal), Francis



se creía Michael Corleone (o sí no que se lo pregunten a Eleanor) y al viejo Martín


se le iba la mano con algún que otro estupefaciente. Y si no léanse los libritos del cotilla del Sr. Biskind.

Mientras sus amigos parecían haberse quedado secos (¿es que hay vida más allá de Encuentros en la Tercera Fase, El Retorno de Jedi o Apocalypse Now?) Martín se empeñaba en crear nuevas historias y llevarlas al cine, ya fuese en plena crisis matrimonial o desde la cama de cualquier clínica de desintoxicación. Y, señoras y señores, ni un maldito Oscar le cayó al chico, ni siquiera con su Toro Salvaje, que se lo quitó la recién estrenada y hasta ahora perenne obsesión hollywoodiense al drama de corte doméstico, esto es Robert Redford con Gente Corriente, y su machacón canon. Tampoco con Taxi Driver por la que ni siquiera fue nominado, ni por la Última Tentación de Cristo (impresionante dirección e impresionante Banda Sonora) que tuvo que ver como el tontaco de Barry Levinson se lo arrebataba con su Rain Man, ni siquiera por Goodfellas, una de mis debilidades: nunca se ha hecho una película sobre la traición y el arte de la deslealtad (fuera del típico escenario Imperio Romano) como esta, nunca una historia fue contada con esa maestría y nunca una banda sonora fue empastada con tanto acierto ¡Y como ha creado escuela el amigo Martín! todos le copian y nadie lo reconoce y esto es ni más ni menos porque su cine, desde Malas Calles, tiene esa sonrisa ladeada del Robert de Niro que todos tenemos grabada por la emoción del buen cine.

¿Qué pasaba entonces, señores académicos?

Sí, eras un viciosillo, ahora ya no puedes, pero también lo eran John Ford y otros muchos, y, con Oscar o sin él, queda probado de lo poco que sirven, querido Martin, eres un clásico. Enhorabuena.

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