
Cuando era pequeña, en concreto cuando tenía cuatro años, teníamos en mi casa una tele Grundig (Grundig?) en blanco y negro. El aparatejo no me permitía ver aquellos colores de las montañas y el heno de los Alpes con que nos regalaba el Sr. Miyazaki a los infantes setenteros. Recuerdo que Heidi me encantaba, tanto que me veía allí con ella, lo recuerdo bien, saltando, volando en nubes, corriendo. Un buen día y me imagino que precedido por negociaciones de mi señora madre, una vecina se ofreció a que fuera a su casa a ver la serie en su televisor en color.
Todavía se me pone la piel de gallina cuando me acuerdo de aquella trompa o trompeta que abría la canción en español, Heidi me puede, era mi vía de escape a una realidad que no me era todo lo favorable que hubiese querido y en color era ya insuperable.
Lo que es increíble es que pasados tantos años de aquello siga vibrando igual con la animación japonesa, allá queda Ghost in the Shell, yo me quedo con paletas como la de Satoshi Kon en su Paprika, detective de sueños, aunque su argumento esté algo salido de madre, (El castillo ambulante de Miyazaki no lo estaba mucho menos, ya estamos acostumbrados) es asombrosa, genial e hipnótica.
Todavía se me pone la piel de gallina cuando me acuerdo de aquella trompa o trompeta que abría la canción en español, Heidi me puede, era mi vía de escape a una realidad que no me era todo lo favorable que hubiese querido y en color era ya insuperable.
Lo que es increíble es que pasados tantos años de aquello siga vibrando igual con la animación japonesa, allá queda Ghost in the Shell, yo me quedo con paletas como la de Satoshi Kon en su Paprika, detective de sueños, aunque su argumento esté algo salido de madre, (El castillo ambulante de Miyazaki no lo estaba mucho menos, ya estamos acostumbrados) es asombrosa, genial e hipnótica.