Pues eso. No se fíen, detrás de esas sonrisas hay alguna que otra bronca y algún que otro trapo sucio que parecen haber sido superados, parecen. Les cuento: hace unas décadas George
pedía ayuda a sus colegas (normal), Steven
se quedaba en casa sin salir y con la amante de Francis (también normal), Francis
se creía Michael Corleone (o sí no que se lo pregunten a Eleanor) y al viejo Martín
se le iba la mano con algún que otro estupefaciente. Y si no léanse los libritos del cotilla del Sr. Biskind.
Mientras sus amigos parecían haberse quedado secos (¿es que hay vida más allá de Encuentros en la Tercera Fase, El Retorno de Jedi o Apocalypse Now?) Martín se empeñaba en crear nuevas historias y llevarlas al cine, ya fuese en plena crisis matrimonial o desde la cama de cualquier clínica de desintoxicación. Y, señoras y señores, ni un maldito Oscar le cayó al chico, ni siquiera con su Toro Salvaje, que se lo quitó la recién estrenada y hasta ahora perenne obsesión hollywoodiense al drama de corte doméstico, esto es Robert Redford con Gente Corriente, y su machacón canon. Tampoco con Taxi Driver por la que ni siquiera fue nominado, ni por la Última Tentación de Cristo (impresionante dirección e impresionante Banda Sonora
¿Qué pasaba entonces, señores académicos?
Sí, eras un viciosillo, ahora ya no puedes, pero también lo eran John Ford y otros muchos, y, con Oscar o sin él, queda probado de lo poco que sirven, querido Martin, eres un clásico. Enhorabuena.
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