Hay datos que indican que la violencia en la sociedad es una tendencia en alza: a todos los niveles, en todos los aspectos, en la vida cotidiana y en la vida oficial, en el hogar y en la calle, dentro y fuera de la familia, y, por supuesto, en primer lugar contra la infancia. Y sin necesidad de grandes estudios -aunque nos apoyamos en los realizados por Adorno, Horckeimer, Prescott y en el pensamiento de Alice Miller- podemos afirmar que el crecimiento de la violencia es correlativo a la robotización de las funciones maternas y a la creciente pérdida de amor primario. El poder controla ahora un espacio de la función materna al que antes no llegaba y al que ahora puede llegar, no sólo por la sofisticación de la técnica y los productos químicos, sino por los nuevos medios de formación de masas y de modelación de los inconscientes: principalmente la televisión y la publicidad -el Dios inconsciente como decían Lacan y J. Ibáñez-.
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Y como si todo fuese una gran confabulación contra la vida humana y a favor del patriarcado, este proceso se complementa con a retirada voluntaria de la mujer de ese espacio, impulsada por la necesidad de la independencia económica respecto del hombre que la lleva a salir al mercado de trabajo, y fatalmente atraída por las migajas de poder que le han puesto de cebo.Todo ello permite al Poder destruir vestigios de maternidad entrañable y destruir cotas de amor primario que habían sobrevivido. Y porque cada vez hay menos amor primario, la violencia en el mundo crece, sin que nos demos cuenta de la relación entre ambas cosas. Porque en nuestra sociedad, curtida por los milenios de represión patriarcal, no se conoce la relación directa e inmediata entre la represión del amor primario y la violencia y la destructividad
Casilda Rodrigañez
La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente.
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