26 de noviembre de 2007

Dianética in the morning

Cotidianía delirante, y tan delirante. Aquí sigo señores y como me descuide dentro de nada serviré de inspiración al señor Paul Laverty. Qué no, que al final no me reincorporo a mi antiguo trabajo, que no nos saben decir, a mí y a mis trece compañeros hasta enero y no les sigo contando porque es todo tan densamente gris y burocático que por deferencia lo dejo así. Pero no se crean que me aburro no, el Sr. Amando está encantado y a esta casa no dejan de venir visitas de lo más agradables.
Pues bien, para aprovechar estos días de asueto he retomado algo que me produce un pánico acerval: conducir por la gran ciudad, una, que además es Galeanista en esta materia en concreto y que cuando le preguntan en las encuestas, como la que me hicieron el otro día por teléfono, que qué me preocupa más siempre dice que los accidentes de tráfico (el número de muertos es lo importante ¿no? o quizá hay que escoger algo más políticamente correcto como el terrorismo o el maltrato???), esa de la que le hablo, que soy yo, está volviendo a conducir ayudada por un vecino encantador y con una paciencia infinitaaaa que tiene una autoescuela.
El caso es que hoy al final de la clase mi profe me dejó en una zona un tanto bulliciosa del tranquilote barrio de la Bout Aux Cailles. Hacía frío, un frío seco acompañado por un tímido sol matutino. Aproveché para hacer unos recados y comprobar alarmada que la chabacana y aparatosa decoración navideña ya había encontrado su sitio en la ciudad. Caminando calle abajo rodeada constantemente por jubilados y amas de casa desvié mi atención a unos puestos de madera que tenía a mi derecha con bolsos, pendientes, gorritos de dudosa facturación artesana... había de todo en un total de unos 15 puestos que nos imaginamos con estufita incorporada. Nada sorprendente, ¿nada? Ay amigüitos, cuan equivocada estaba, la legaña y la bolsa del ojo, no impidieron que se me quedara la boca abierta al ver que entre diseños de cristal y estufitas de hierro para quemar incienso aparecía el nombre del Sr. Ron Hubbard impreso en sus libros que alimentaban el espacio de uno de los puestos así como el careto de un cienciólogo que los vendía.
¡Qué cosas! La verdad es que de haber tenido más ganas me hubiese parado a escuchar la construcción del discursito del gachó Hubbariano pero no las había , eso sí, no pude evitar los zoom in a las caras de vejetes y señoras que se paraban peligrosamente a ojear los libros. En un mundo ideal, aquel del que salía Marshal MacLuhan (en realidad Marcial Luján) de detrás de un cartel en Annie Hall para defender la postura del Sr. Allen ante el cretino de la cola, en ese mundo ideal, yo me hubiera parado y le hubiese dicho al señor que me sacara el alien que llevaba dentro que me producía escozor en las encías y picor en la sobaquera y que me interrumpía en las conversaciones y quería saber más que yo y que eso no podía ser, que me lo sacara allí mismo detrás del puesto que no me importaba y claro él señor me diría que para eso debería poner una buena cantidad de pasta, que para que el alien ese que dicen los cienciólogos que tenemos dentro haciéndonos la puñeta saliera le ingresara el subsidio por desempleo directamente a ellos. Ay señor señor...el mundo de la secta cuán apasionante es...desde fuera. Ya saben: cuidao en la calle y cuidao en la acera, como decían Willy Colón y Rubén Blades en aquella canción.

Aquí el Sr. Ron Hubbard
autor de Si-Fi mediocre ya fallecido
haciendo que atiende mientras
piensa dónde invertir los cuartos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi me gusta mucho la maquina esa de medir stress. Les veo en la calle con el aparatejo ese y no pudo evitar que me entre la risa. Es que HubbardCefa!!

Patricia dijo...

Me imagino que aunque vaya un yogui consagrado en plena asana, le detectarían un stress de caballo con el HubbardCefa por la cuenta que les tiene, qué tipejos.